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Mostrando entradas de septiembre 23, 2012

La sirenita - Hans Christian Andersen

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Había una vez, en el fondo del océano, un maravilloso palacio construido con corales multicolores, caracolas de nácar, burbujas saltarinas y perlas de todos los tamaños. En el palacio vivían el rey y la reina de los mares y sus seis hijas. La Sirenita, la más pequeña de todas, solía cantar con voz muy dulce. Y pulsaba, como si fuesen las cuerdas de un arpa, los rayos de sol, que apenas se filtraban a través de las aguas profundas. -Madre –le decía la Sirenita a la reina-, dicen que allí arriba, en tierra firme, se levanta el gran mundo de los seres humanos… ¿Cuándo podré visitarlo? -Cuando cumplas 15 años –le respondía su madre-, tu padre te dejará que subas a la superficie y lo conozcas… Por fin llegó el ansiado día. Su padre, el rey de los marres, la llamó y le dijo: -Ya puedes subir….Pero nunca olvides que nosotros somos hijos del mar…Sé prudente con los seres humanos….Pueden ser muy buenos, pero también son capaces de hacer la mayor maldad… La Sirenita se deslizó ha

El lobo y los siete cabritillos - Hermanos Grimm

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Había una vez una cabra que tenía siete cabritillos a los que amaba con devoción. Un día que tenía que ir al bosque a buscar comida, llamó a los siete cabritillos y les dijo: -Hijos míos, tengo que ir al bosque. Tened cuidado con el lobo porque, si lo dejáis entrar, ¡os devorará! Es malvado, pero lo reconoceréis de inmediato por su voz ronca y sus patas negras. Los cabritillos dijeron: -Puedes marcharte tranquila, madre. Iremos con mucho cuidado. La madre cabra se puso en marcha sin más. Al poco tiempo, alguien llamó a la puerta y gritó: -Abridme, hijos míos. Soy vuestra madre y traigo una cosita para cada uno de vosotros. Pero los cabritillos reconocieron al lobo por su voz ronca. -¡No abriremos! –respondieron. Tú no eres nuestra madre; ella tiene una voz dulce y fina. Pero la tuya es ronca. ¡Eres el lobo! Entonces el lobo se fue a la tienda a buscar un buen pedazo de yeso, que engulló para aclararse la voz. Regresó, llamó a la puerta y dijo: -Abridme, hijos míos

El patito feo - Hans Christian Andersen

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En un hermoso campo, rodeado de muchos árboles, había construido una pata su nido. La pata tenía que empollar los huevos y por eso estaba muy quietecita dándoles calor. Por fin se fue rompiendo un huevo tras otro: -¡Pío, pío! –decían los polluelos asomando la  cabeza. -¡Cua, cua! –dijo ella. La madre contó a sus pequeños. -Uno, dos, tres, cuatro…. -No, no los tengo todos –exclamó- . Falta todavía el huevo más grande –y volvió a empollar. Al fin se rompió el gran huevo. -¡Pío, pío! –dijo el polluelo y salió rodando. Era enorme y horrible. Mamá pata lo contempló. -Es un patito terriblemente grande –dijo-. No se parece a ningún otro. Veremos si es capaz de nadar. Mamá pata, con toda su familia, bajo hasta el lago. -¡Cua, cua!- dijo y todos los patitos cayeron al agua uno tras otro. -¡Ahora que estáis bien lavaditos. Venid conmigo que os presente en el corral! -¡Qué horror, qué pinta tiene este patito! –susurraron todos los patos cuando vieron al polluelo pesado y

El sastrecillo valiente - Hermanos Grimm

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Hace muchos, muchos años, en un lejano país ocurrió una gran desgracia, pues apareció un gigante que tenía atemorizados a todos los ciudadanos y amenazaba con terminar con sus cosechas si alguien le ponía remedio. Por ello, el Rey hizo colocar un gran cartel en la plaza de la ciudad ofreciendo una recompensa a quien les librara de tan terrible problema. -Bonita recompensa –comentaban los aldeanos-. Pero ¿habrá alguien lo bastante loco como para enfrentarse con el gigante? Mientras ajeno a todos esos problemas, el pequeño sastrecillo Mickey trabajaba en su taller dale que dale con la aguja. -¡Dichosas moscas! –exclamó -. ¿Cómo se puede trabajar en paz si no dejan de revolotear alrededor de mi cabeza? Cansado de que le importunaran, Mickey abandonó su costura y tomó dos palas matamoscas que tenia sobre la mesa. Aguardó paciente el momento adecuado y, con un rápido golpe,… ¡zas!, mató a los siete insectos de una sola vez. -¡Ja, ja! –rió- ¡Soy grande! He matado a las siete de u

El traje nuevo del emperador - Hans Christian Andersen

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Hace muchos años vivía un Emperador que gastaba todas sus rentas en lucir siempre trajes nuevos. Tenía un traje para cada hora de día. La ciudad en que vivía el Emperador era muy movida y alegre. Todos los días llegaban tejedores de todas las partes del mundo para tejer los trajes más maravillosos para el Emperador. Un día se presentaron dos bandidos que se hacían pasar por tejedores, asegurando tejer las telas más hermosas, con colores y dibujos originales. El Emperador quedó fascinado e inmediatamente entregó a los dos bandidos un buen adelanto en metálico para que se pusieran manos a la obra cuanto antes. Los ladrones montaron un telar y simularon que trabajaban. Y mientras tanto, se suministraban de las sedas más finas y del oro de mejor calidad. Pero el Emperador, ansioso por ver las telas, envió el viejo y digno ministro a la sala ocupada por los dos supuestos tejedores. Al entrar en el cuarto, el ministro se llevó un buen susto “¡Dios nos ampare! ¡Pero si no veo nada!”. P

La niña y las setas - Leon Tolstoi

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Dos niñas iban a casa llevando setas. Tenían que cruzar la vía del tren. Creyeron que la máquina estaba lejos, escalaron el talud y empezaron a atravesar los raíles. Entonces se oyó el retumbo del tren. La mayor de las niñas volvió atrás corriendo, y la pequeña atravesó la vía. La mayor se puso a gritar a su hermana: – ¡Quédate dónde estás! Pero el tren llegaba tan cerca y armaba tanto ruido que la pequeña no entendió: creía que le mandaban volver. Se metió entre los raíles, dio un tropezón, las setas se le cayeron y se puso a recogerlas. El tren se echaba encima, y el maquinista hizo sonar el silbato con todas sus fuerzas. La niña mayor gritaba: – ¡Deja las setas! –pero la pequeña entendió que le mandaban recoger las setas, y se arrastraba por la vía. El maquinista no pudo frenar. La máquina se acercó, silbando con toda su fuerza, y atropelló a la niña. Su hermana chillaba y lloraba. Los pasajeros se asomaron a las ventanillas de los vagones, y el revisor fue corriendo al